31 diciembre 2018

2018

Estamos acabando el año y se puede decir que, salvo alguna excepción, ha sido un año muy triste para la familia. Nuestra felicidad en estas fiestas está bajo mínimos, pues mi padre ya no está con nosotros, el pasado 12 de mayo falleció. A pesar de ello, debemos seguir adelante. Aunque en estos instantes nos parezca imposible, ya habrán navidades más alegres a pesar de su gran ausencia. 

Trabajo

Después de un tiempo sabático, volví al mundo laboral. Me contrataron en Tecnocom (ahora Indra) como programador iOS. La verdad que estoy muy contento. Ahí estoy aprendiendo un montón. Y el equipo de trabajo es estupendo. 

Viajes

Este año fui a Málaga para estar con mi madre unos días. Allí aproveché a ir un día a Granada a ver unos amigos. Sí, parece que es costumbre visitar esa ciudad una vez al año. Dos en este caso, ya que decidimos pasar las fiestas en Granada. 

En septiembre fui con Aitor a Madrid para poder asistir a la boda de Pilar y Jorge. Esta es la excepción a la que me refería con que ha sido un año muy triste. Nos hizo mucha ilusión ir a su boda, estuvo genial. No se lo comenté a ninguno de los dos,  pero una de las canciones que tocaron en la ceremonia me emocionó mucho pues a mi padre le encantaba la canción de Hallelujah. Para nosotros significa mucho. Y es como si por unos segundos estuviera con él otra vez. 

En este viaje también aprovechamos para visitar a Javi, que nos encantó que pudiera quedar con nosotros :). 

¡¡Doble felicidades!!

Bueno como cada año felicito a Pilar por su cumple y por haberse casado :). Sois los primeros amigos que tengo que se casan y me hizo ilusión haber ido. Así que nada, pasa el día genial y a ver si nos vemos pronto!! 

Para acabar

El año no ha acabado nada bien. Pero gracias a Aitor por su apoyo que lo voy llevando más o menos bien, dentro de lo posible. Le doy las gracias por estar a mi lado. El año que viene seguirá siendo duro pero esperamos poder superar etapas con asuntos que debemos afrontar. 

Espero que disfrutéis de la Nochevieja y empecéis el nuevo año con alegría. 

Mi última frase la extraigo de un tema de Mecano: ... a los que ya no están les echamos de menos. 


30 noviembre 2018

Lento despertar

Son las 6. Me despierto. Me ducho. Desayuno y me voy al trabajo. A las 7 de la mañana cojo el autobús. Va repleto de gente que va a los respectivos trabajos, a la escuela o a la universidad. Aun así nadie dice nada. No se oye nada más que el autobús y las máquinas validadoras de billetes. Por encima de nuestras cabezas aun pesa el sueño. Morfeo es un viajero más y su influencia hace que nos resulte difícil hablar o deshacer ese ambiente tranquilo y silencioso. Es mejor dejarse llevar, cada uno con sus auriculares, sus libros, el móvil o simplemente mirar por la ventana luchando por no dormirse. O, mejor, simplemente rendirse al sueño. Y es fácil caer en él. Todavía no ha amanecido. ¿Qué hago yo fuera de la cama?. 

Algunas veces entra algún personaje discordante que rompe esa tranquilidad. En otro horario puede que no fuera la persona más ruidosa, pero en ese autobús de las 7 una moderada risa puede llegar a ser molesta. Y yo pienso: ¿qué le hará tanta gracia?. Es más, ¿qué le pone de tan buen humor a esa hora de la mañana si todavía la risa debería estar durmiendo todavía?. Pero son pocas veces. Normalmente se goza de silencio y calma. Casi se podría decir que es una corta prolongación del sueño nocturno, pero más incómodo claro, pues nada puede reemplazar el placer de dormir en tu cama. 

Son casi las 8. Me bajo y me sitúo bajo los enormes edificios de oficinas. Los demás viajeros o se fueron en otro bus o siguieron hasta su destino. ¡Ánimos!, me digo. A trabajar. 

Me acabo de dar cuenta que escribir sobre esta rutina cuando el día siguiente no es laborable resulta agradable. Hago bien de no hacerlo en domingo por la noche pues sería adelantarse al tedio rutinario. 

30 octubre 2018

Miles de orillas lejanas

Érase un náufrago que se sentaba taciturno bajo la única palmera que quedaba en aquel arenal que llamaba isla y que desde hace tiempo la consideraba ya su casa pues ya no albergaba esperanzas de volver a su tierra. 

Sin saber por qué, sobrevivía milagrosamente. Hallaba alimentos y agua sin tener que buscarlos. Encontraba cobijo cuando el tiempo era adverso. Se curaba de las enfermedades al día siguiente sin necesidad de ungüentos. Aquella isla de alguna manera le estaba cuidando y cubriendo las necesidades que tenía, o al menos, las más básicas. Lo único que no le permitía era escapar de allí ni reunirse con sus familiares y amigos. Vivía una soledad eterna, aunque habían transcurrido tantas noches que había perdido la noción del tiempo y el término eterno quedaba difuso. 

La única opción que la isla le otorgaba para comunicarse era a través de una botella y un papel que aparecía cada mañana a su lado esperando a ser escrito y enviado dentro de aquel recipiente de cristal. Podía comunicarse con casi cualquiera poniendo el remitente en la carta. Una vez la dejaba a la deriva, se sentaba junto a la palmera y la observaba cómo se iba entre las olas. No era hasta el ocaso cuando el oleaje la retornaba a la orilla. A veces sin mensaje, y otras con alguna respuesta. No es que no valorara las veces que tenía contestación, pero anhelaba fervientemente la de aquellos que devolvían la botella vacía. No era que la devolvieran sin más, sino que esos destinatarios ya no vivían en el mundo terrenal y no les era posible escribir un mensaje. Él lo sabía, pero aun así lo intentaba una y otra vez.

El náufrago ya se había resignado a vivir allí, pero seguía sin acostumbrarse a la decepción que le provocaba los mensajes por contestar. De algún modo aquella botella parecía mágica porque parecía viajar por todo el mundo, pero no lograba contactar con aquellos que hacía tiempo se habían alejado de la vida sin vuelta atrás.

Pero en una de esas noches que él sabía que volvería solamente el recipiente, lo cogió con un extraño interés ya que aparentemente era la misma botella de siempre. Se sentó y empezó a examinarla como si fuera la primera vez que la sostenía. No sabía por qué pero la destapó con extremo cuidado y colocó su nariz en la abertura. De ella empezó a emanar un olor familiar. Una colonia. Le evocaba muchos recuerdos felices con la persona que la usaba a menudo: su padre. Se apoyó en la palmera y con ese olor empezó a recordar los momentos que había vivido con él. Por una vez después de tanto tiempo se sentía feliz. Se pasó toda la noche atesorando cada uno de esos momentos hasta quedarse dormido.

Nuestro amigo náufrago despertó en su cama, en su casa. No recordaba nada de aquella isla. Medio dormido se fue arrastrando los pies al comedor para desayunar. En la mesa ya estaba preparado su café con leche y sus tostadas. Tardó unos minutos en darse cuenta que había una botella de zumo vacía. Le era familiar. Al principio tan sólo la observaba de vez en cuando como quien lee una caja de cereales. Luego su interés aumentó ligeramente. Mientras comía una tostada con una mano, cogió la botella con la otra con parsimonia y la hizo rodar. Pero algo rompió esa calma perezosa. Se oía algo en su interior. No se podía ver claramente pues la botella estaba sucia. Así que la destapó y al descubrir lo que había en ella hizo que de repente se acordara de la isla, esa misma botella y los recuerdos que salieron de ella.

Un pin. Un pin de Cobi fotógrafo era la llave de la caja de Pandora. O más bien la botella de Pandora ya que una vez abierta recibió un torrente de esos mismos recuerdos que había vivido en su sueño.

01 octubre 2018

Respiro

Respiro. Es la salida de una larga autopista tras miles de kilómetros sin poder salir de ella. El oasis anhelado después de deambular por un desierto inmenso y tedioso. Después meses de rutina constante, se agradece poder escaparse de esa monotonía y hacer algo distinto. Y una de las maneras son las esperadas vacaciones.

Vacaciones... Estupenda palabra. Pero cuán largo se hace el tiempo desde que las planificas hasta que las realizas. O incluso desde que vuelves de ellas hasta las próximas. Pero es ese precisamente uno de los motivos que hace que las disfrutes y valores más cuando llegan.

31 agosto 2018

Códigos

Todo igual. Apenas se ven diferencias. La rutina del día a día hace que pasemos desapercibido cosas de nuestro entorno y más aun en la ciudad, que la vida es muy acelerada y no da tiempo a percibir insignificancias que modifican ligeramente el lienzo que refleja el presente. 

Pero un día, paseando con mi pareja, eso cambió. Me hizo ver que siempre hay algo nuevo que descubrir por muchas veces que pasemos por esas calles; por muchas veces que cojamos el mismo bus con las mismas caras conocidas; por mucho que frecuentemos el mismo bar el mismo día de la semana y hora... Algún detalle estático hará que ese lienzo diverja ligeramente del expuesto en la galería de la rutina. Algún pequeño cambio hará poner color a ese paisaje de tonos desgastados por el efecto del día a día. 

Esa noche paseábamos por una calle por la que pasábamos de vez en cuando. Empecé a fijarme en los portales solitarios de los pisos que íbamos dejando atrás. No es que hubiera algo interesante por ver, pero sí que me percataba cuán distintas eran unas de otras: unos eran muy nuevos con grandes ascensores, con blancos mármoles y modernos buzones; otros eran, en cambio, más antiguos con un pequeño ascensor encajado en el hueco de la escalera instalados a posteriori. En fin, íbamos paseando por calles normales con sus viviendas normales y sus portales normales.

Pero pronto íbamos a descubrir algo que nos llamaría la atención. Advertimos unos elementos discordantes pegados a las fachadas. Así que nos acercamos y vimos que se trataban de unos códigos de barras impresos en adhesivos. Y, ¿qué hacían en las paredes?, ¿cuánto tiempo hará qué está están ahí? Porque no sólo había uno, sino que había varios a lo largo de los edificios contiguos que configuraban las calles.

Al principio pensábamos que hacían referencia al registro catastral, pero enseguida abandonamos la idea, pues no en todos los edificios había un código. Además, vimos que en algunas farolas tenían también esos adhesivos misteriosos.

Para saciar nuestra curiosidad, decidí sacar mi teléfono e intentar escanear uno de esos códigos. Pero estaban muy altos y no lograba enfocar bien. Aun así lo intenté. Estiré los brazos como pude e intenté enfocar el código pero la app no conseguía leerlo. Y no sería por que estaban poco iluminados. Porque cada uno de ellos casualmente se ubicaban bajo una farola. ¿Casualmente? Al dudar si realmente era una coincidencia o no, caímos en la cuenta que todos los adhesivos estaban situados bajo cada farola, tanto las de las fachadas como las demás. Entonces, ¿esos códigos de barras era un sistema de control de dichos elementos?

Aquella teoría parecía irrefutable. Código tras código veíamos que se situaban siempre bajo una luz. En las calles que no estaban iluminadas no se veía ni uno solo. En las otras, no faltaba ninguno. "Vaya, que rápido hemos resuelto el enigma", pensé. Ciertamente era frustrante, ya nos veíamos como en una secuela de Ángeles y demonios.

Así que dimos por terminada la pequeña aventura  y nos despedimos al llegar al metro. A la vuelta, intenté encontrar alguno de esos códigos que tumbara esa teoría para seguir averiguando el significado oculto: mensajes cifrados, pistas de algún juego,... Pero no había ninguna excepción de nuestra teoría: aquellos códigos eran los DNI de cada farola ya que tampoco logramos ver números repetidos, al menos los contiguos ya que era difícil ver si se repetían unos de otros.

Poco antes de llegar al piso, me di cuenta de que había una farola fundida. Me acerqué para ver su código, y para mi sorpresa, ¡no había código!. Encontré esa excepción que hacía temblar la teoría. Me acerqué y vi que, al menos hasta hace un tiempo sí que había tenido pues habían restos del adhesivo. "¿Alguien lo habría arrancado? ¿Por qué?".

En ese mismo instante noté que alguien me estaba observando. Miré a los lados, pero no había nadie. Sería fruto de mi imaginación y mis ansias por meterme en alguna novela de Dan Brown. Así que no di más importancia y seguí mirando los restos del código desaparecido. Habiendo descubierto esa anomalía me volví a casa para descansar e inventar más teorías "conspiranoicas".

A la mañana siguiente, casi había olvidado por completo el tema. Pero poco tardé en rescatarlo de mi memoria ya que cuando fui al buzón encontré una carta con remitente desconocido en la que venía una nota y uno de esos adhesivos pero sin pegar. Ignoré por un instante el código pues a priori no me daba ninguna información nueva y abrí la nota. Pero la curiosidad que había tenido hasta ese momento fue reemplazada por el desconcierto. No había más que números sin sentido. ¿Qué significaba todo aquello? Después del desconcierto vino la preocupación. Un desconocido había metido en mi buzón aquel sobre enigmático justo el día después de embarcarme en una aventura ridícula en busca del significado de unos códigos que seguramente no tendría otra función que identificar elementos urbanos. ¿Quién sería?

Pero aquello tan sólo fue el principio. La cosa se fue poniendo  cada vez más extraña. 

05 agosto 2018

Existencia eclipsada

Pocas veces nos damos cuenta lo insignificantes que somos respecto el universo. Cuando decidimos mirar hacia arriba para ver las estrellas, planetas, la luna o fenómenos como los eclipses, no hace falta reflexionar mucho para llegar a esa conclusión. Somos como un grano de arena en un desierto, como una gota de agua en un océano, como un copo de nieve en un glaciar. 

Hace unos días hubo un eclipse de luna y creo que jamás había visto uno entero y con aceptable visibilidad, teniendo en cuenta que lo observaba desde la ciudad y su molesta contaminación lumínica. 

Al llegar la hora de la salida de la luna, aprovechando la orientación de mi ventana que permitía la observación del eclipse, me hice un pequeño observatorio con mi puf, una almohada, el ventilador a mi izquierda y la ventana a la derecha. Desde ahí tan sólo tenía que acomodarme en el puf y mirar hacia arriba. Así que apagué las luces y seguí el fenómeno con relativa comodidad. 

A través de la ventana podía ver una luna tímida y rojiza que la acompañaba desde su lejanía Marte. No se veía nítida. En breves iba a desvanecerse ante las atentas miradas de los curiosos. Mientras desaparecía, iba pensando: "la de gente que estará viendo lo mismo que yo desde distintos lugares; qué de ojos estarán dedicando sus funciones en observar con atención un fenómeno que, desde la óptica astronómica puede no tener gran trascendencia pero que desde nuestra insignificancia existencial es admirable."

Como es un proceso relativamente lento como para estar observando continuamente, desde mi observatorio iba mirando series, aunque compartiendo la atención con el firmamento. Poco a poco, cada vez que miraba por la ventana, me costaba bastante encontrar la luna hasta llegar el punto de tener que intuirla con mucha dificultad. Con Marte como referencia conseguía localizar donde podría estar. Incluso llegaba a dudar si conseguía verla oculta por la sombra, o bien era imaginación mía que conseguía recrearla vagamente.

Durante los minutos de ausencia lunar, seguía contemplando el cielo ignorando por completo las insignifcancias del entorno como la serie que seguía reproduciéndose cuyo sonido parecía provenir de algún lugar remoto, como si alguien a lo lejos la hubiera puesto porque no sentía el mínimo interés por el eclipse. La curiosidad y admiración en el fenómeno cautivó totalmente mi atención.

Poco después, esa especie de trance o estado hipnótico en el que me había sometido fue desapareciendo a medida que un punto blanco lumínico empezaba a crecer desde un lugar del contorno de la superficie lunar. Poco a poco fue siendo más visible hasta volver a verse en su totalidad dando por finalizado el eclipse.

17 junio 2018

Cielo cubierto de recuerdos

Camino sobre un terreno incierto. Inestable. Inseguro. Da la sensación que en un paso en falso la tierra se desmoronará y el suelo cederá. Ando con la misma seguridad que un funambulista sobre el cable en su primera ejecución. A tientas intento recomponer la seguridad férrea con la que viajaba por la vida cuando mi padre aun estaba aquí con nosotros. 

Ahora que ya no está, hay que hallar de nuevo esa seguridad con la que desde allá donde esté nos la intenta devolver para seguir adelante, pero que nos cuesta percibirla. En esta etapa transitoria en la que debemos asimilar muchas cosas, todo parece irreal, como un mal sueño. No podemos creernos que no volveremos a vernos, a celebrar nada todos juntos, a viajar juntos. No podemos creernos que al llegar a casa sólo podamos verle en una bonita foto con la que nos despedimos por última vez de él.

En el día a día, intento andar con normalidad por ese camino tembloroso. Pero hay veces que al cruzar la puerta de mi piso, en vez de llegar a él, entro en un cuarto vacío. Siento que dejo atrás el bullicio de la ciudad, el estrés y la vida acelerada, para dar paso a un mundo propio que tan sólo existimos mis pensamientos y yo. 

Haciendo uso del oxímoron "silencio ensordecedor", describo como recibo el ambiente de ese cuarto desprovisto de cualquier elemento a excepción de la puerta por la que entro y una ventana. Ventana a través de la cual desde mi ensimismamiento presto especial atención a recuerdos, tanto recientes como remotos en el tiempo. Los veo pasar en aquel mundo propio cual nubes en un cielo azul tiñéndole con motas blancas. Cada una de ellas evocan cada recuerdo, vivencia o experiencia con mi padre. Evidentemente, esos recuerdos siempre puedo acceder a ellos, pero desde ese pequeño mundo vienen envueltos por un halo de tristeza y melancolía que provocan a menudo la lluvia. Pero las gotas en ese mundo no precipitan desde esas nubes sino de mis ojos que aun no logran soportar ver esos recuerdos sin contagiarse de nostalgia. 

Pero viene bien a veces refugiarse en ese solitario mundo y evadirse de las cosas más insignificantes que son presentes en el día a día. Y es en el parpadeo que despide la última lágrima cuando vuelvo al mundo tangible que nos envuelve y compartimos con el resto de mortales, pero que también encuentro a amigos y a la familia, con los cuales también recordamos momentos con él y, de ese modo, le invitamos a quedarse en nuestros corazones para siempre. 

30 abril 2018

Presentimientos

El día como el 30 de abril de hace dos años lo recuerdo perfectamente. Venía yo de Barcelona con mis bártulos de fin de semana sin sospechar que habría algo que cambiaría la rutina. Como cada sábado, me recogerían en la parada del bus para llegar a casa. Todo parecía encajar en el plan de cada fin de semana. Aun así, había algo enrarecido en el ambiente. No sabía qué era, ni llegué a sospechar qué podía ser, pero parecía que detrás del cúmulo de nubes que había en el cielo de ese día, una verdad aterradora iba a descender aprovechando el camino que abría la lluvia que empezaba a desencadenarse gota tras gota. 

Durante el breve trayecto en coche, contemplaba a través de la ventana cómo ese tono grisáceo iba a conjunto de esa desconocida verdad que, en cierto modo, intentaba advertirme. Curva tras curva, seguía taciturno resiguiendo con la mirada perdida el más que conocido paisaje con poco interés. 

Al poco rato, llegamos. Desde el silencio que pesaba en casa, se manifestaba el elemento discordante. Como si en una orquesta, durante una pieza dejara de sonar la percusión. Faltaba algo que completaría la actuación. Iba por el pasillo para dejar las cosas en la habitación del fondo, y algo recorría dentro de mí que empezaba a sospechar lo que estaba a punto de materializarse. ¿Donde estaba?, pensaba. No la veía en ninguna habitación, tampoco fuera. ¿Estaría dando un paseo? No creo. Su ausencia era más que notable. Pero no me atreví a decir nada al respecto. 

La comida estaba a punto y enseguida empezamos a comer. No recuerdo bien si hablamos de algo o simplemente el ruido de los cubiertos era el único sonido que acompañaba la comida. Poco tiempo pasó hasta que me anunciaron la muerte de Dina, mi caniche. Una perrita que nos acompañaba desde hacía 15 años con sólo 3 meses. Era una bolita blanca con un lazo rojo en el cuello que cabía en la mano. La pobre ya era muy vieja y sufría. Tenía un bulto. Así que merecía descansar y terminar con ese sufrimiento. Aun así, fue inevitable llorar su muerte. Mirando por la ventana, me daba la sensación de que el día estaba empatizando con mis lágrimas. Intentaba averiguar si estaba enterrada en el jardín, pero no veía por ninguna parte tierra movida. No me atrevía a preguntar, como si mencionarlo fuera a desgarrar aun más mi tristeza. Un rato después supe que la enterró mi padre en el bosque. Le agradecí que se la hubiera llevado porque no hubiera soportado ver el cuerpo inerte. 

Me senté delante del piano sin saber qué tocar. Hasta que las primeras notas del "Con te partirò", empezaron a sonar. Nunca había sentido tanto una pieza como esa mientras la interpretaba. Me venían en la cabeza todos los buenos momentos con Dina: las veces que me rascaba todas las mañanas para que la dejara dormir en mi cama, o en un cojín al suelo; los días que se sentaba a mi lado mientras estudiaba; cuando pedía comida mientras nosotros estábamos comiendo... 

Nunca había tenido perros, pero me encantó que estuviera con nosotros. Espero que se sintiera querida porque nosotros la quisimos mucho. Te echamos de menos.

Quería hacer (y lo he hecho creo) un pequeño homenaje a estos pequeños seres que se les coge mucho cariño e inevitablemente se convierten en un miembro más de la familia. Especialmente, un homenaje a Dina que hoy hizo dos años que nos dejó. 

18 marzo 2018

Vuelta al... curro

Quién se acuerda de aquella época en la que todos íbamos a comprar libretas nuevas, bolígrafos y lápices nuevos, gomas nuevas, una nueva agenda, quizás una mochila nueva, láminas para dibujo, escuadra y cartabón, compás... En definitiva, material escolar. Incluso íbamos a dejarnos los cuartos en libros de textos que nunca se reutilizaban o casi ninguno, con el fin de tener que comprarlos siempre nuevos. Bueno más bien nuestros padres. Luego tocaba etiquetarlos con nuestros nombres y seguramente forrarlos. 

Seguramente parezca un poco raro, pero me encanta ir a por esos materiales. El olor característico de una papelería me fascina. Aunque eso sí, en la época escolar significaba que las vacaciones estaban llegando a su fin y pronto volvería la rutina. En aquellos años, en esa época que precedía al nuevo curso escolar provocaba en mí emociones contradictorias: el placer por ir a por material y el disgusto por el inicio de 9 meses que quedaban por delante. 

Y ¿por qué comento esto?. Pues la verdad que apenas tiene algo que ver con lo que iba a escribir. Pero son recuerdos que me vienen en estos momentos. Ahora que vuelvo a la actividad laboral, de nuevo siento esos nervios por el Primer Día: gente nueva a conocer, nuevas rutinas, nuevos desplazamientos y nuevos horarios. Con todo eso me viene en mente ese primer día en el que se desconocía si habrían compañeros nuevos, profesores nuevos... También me preguntaba: ¿dónde me sentaré?, ¿qué horario tendré? (por favor que gimnasia no toque después de comer)... Pues ahora me paso algo similar: ¿qué compañeros tendré?, ¿qué horario tendré?, ¿será flexible?

Ahora mi rutina será muy distinta y más activa, obviamente. Por empezar, debo preparar mis tuppers para comer en el trabajo. También debo levantarme bastante más pronto para desayunar y prepararme para un nuevo día. Luego, coger nuevas líneas de bus y ferrocarriles para llegar a la oficina. Y, finalmente, acostumbrarme en el nuevo trabajo.

Mañana será un día en el que los nervios van a estar a flor de piel. De hecho ya estoy algo nervioso. Pero bueno, hay que ser positivos y pensar que todo irá bien. Veremos el balance final del día a ver qué tal ha ido.

28 febrero 2018

Contrastes y opuestos

Un día soleado, con apenas nubes difuminando el azul del cielo, temperatura invernal agradable y que dan ganas de salir de casa para dar un paseo o hacer una excursión... Es justo lo contrario a lo que se puede definir estos últimos días y a la vez justo lo que definía el clima del fin de semana anterior a las nevadas. Bien, si no estás acostumbrado a las nevadas como yo, igual sí te dan ganas de salir a ver nevar, pero asumiendo y aceptando las condiciones meteorológicas que lo hacen posible. 

De domingo a lunes el clima ha cambiado radicalmente. Pasamos de un fin de semana soleado a un inicio de semana nublado, frío y con muchas precipitaciones en forma de nieve. En la ciudad se ha vivido episodios breves de nevada y apenas ha cuajado. Pero en otros lugares sí se ha hecho ver la nevada de manera contundente. 

Ayer mismo salí un rato a la calle para ser uno más de los curiosos que salieron a fotografiar los cuatro copos que caían en Barcelona. Que nieve aquí es una rareza, y por ello intentamos inmortalizar el momento. En cambio, a cualquier visitante del Mobile World Congress de cuya procedencia sea más habitual este clima, le puede parecer algo insignificante. Es más, igual buscaba buen clima y se ha llevado esta sorpresa. 

Así que podemos decir que han sido climas dispares. Tanto como el blanco y negro. Frío y calor. Pokémon y Digimon. iOS y Android. Harry Potter y... ¿Crepúsculo? No sé, cada uno que lo considere como quiera. Son términos que les media un abismo en el sentido semántico. Algunos son claramente opuestos, y otros la percepción de ese abismo viene sujeta a la opinión de uno, como confrontar una saga con otra. 

Pero no nos acostumbremos a este frío. Seguro que en breves el clima vuelve a cambiar radicalmente.