30 abril 2018

Presentimientos

El día como el 30 de abril de hace dos años lo recuerdo perfectamente. Venía yo de Barcelona con mis bártulos de fin de semana sin sospechar que habría algo que cambiaría la rutina. Como cada sábado, me recogerían en la parada del bus para llegar a casa. Todo parecía encajar en el plan de cada fin de semana. Aun así, había algo enrarecido en el ambiente. No sabía qué era, ni llegué a sospechar qué podía ser, pero parecía que detrás del cúmulo de nubes que había en el cielo de ese día, una verdad aterradora iba a descender aprovechando el camino que abría la lluvia que empezaba a desencadenarse gota tras gota. 

Durante el breve trayecto en coche, contemplaba a través de la ventana cómo ese tono grisáceo iba a conjunto de esa desconocida verdad que, en cierto modo, intentaba advertirme. Curva tras curva, seguía taciturno resiguiendo con la mirada perdida el más que conocido paisaje con poco interés. 

Al poco rato, llegamos. Desde el silencio que pesaba en casa, se manifestaba el elemento discordante. Como si en una orquesta, durante una pieza dejara de sonar la percusión. Faltaba algo que completaría la actuación. Iba por el pasillo para dejar las cosas en la habitación del fondo, y algo recorría dentro de mí que empezaba a sospechar lo que estaba a punto de materializarse. ¿Donde estaba?, pensaba. No la veía en ninguna habitación, tampoco fuera. ¿Estaría dando un paseo? No creo. Su ausencia era más que notable. Pero no me atreví a decir nada al respecto. 

La comida estaba a punto y enseguida empezamos a comer. No recuerdo bien si hablamos de algo o simplemente el ruido de los cubiertos era el único sonido que acompañaba la comida. Poco tiempo pasó hasta que me anunciaron la muerte de Dina, mi caniche. Una perrita que nos acompañaba desde hacía 15 años con sólo 3 meses. Era una bolita blanca con un lazo rojo en el cuello que cabía en la mano. La pobre ya era muy vieja y sufría. Tenía un bulto. Así que merecía descansar y terminar con ese sufrimiento. Aun así, fue inevitable llorar su muerte. Mirando por la ventana, me daba la sensación de que el día estaba empatizando con mis lágrimas. Intentaba averiguar si estaba enterrada en el jardín, pero no veía por ninguna parte tierra movida. No me atrevía a preguntar, como si mencionarlo fuera a desgarrar aun más mi tristeza. Un rato después supe que la enterró mi padre en el bosque. Le agradecí que se la hubiera llevado porque no hubiera soportado ver el cuerpo inerte. 

Me senté delante del piano sin saber qué tocar. Hasta que las primeras notas del "Con te partirò", empezaron a sonar. Nunca había sentido tanto una pieza como esa mientras la interpretaba. Me venían en la cabeza todos los buenos momentos con Dina: las veces que me rascaba todas las mañanas para que la dejara dormir en mi cama, o en un cojín al suelo; los días que se sentaba a mi lado mientras estudiaba; cuando pedía comida mientras nosotros estábamos comiendo... 

Nunca había tenido perros, pero me encantó que estuviera con nosotros. Espero que se sintiera querida porque nosotros la quisimos mucho. Te echamos de menos.

Quería hacer (y lo he hecho creo) un pequeño homenaje a estos pequeños seres que se les coge mucho cariño e inevitablemente se convierten en un miembro más de la familia. Especialmente, un homenaje a Dina que hoy hizo dos años que nos dejó.