30 octubre 2018

Miles de orillas lejanas

Érase un náufrago que se sentaba taciturno bajo la única palmera que quedaba en aquel arenal que llamaba isla y que desde hace tiempo la consideraba ya su casa pues ya no albergaba esperanzas de volver a su tierra. 

Sin saber por qué, sobrevivía milagrosamente. Hallaba alimentos y agua sin tener que buscarlos. Encontraba cobijo cuando el tiempo era adverso. Se curaba de las enfermedades al día siguiente sin necesidad de ungüentos. Aquella isla de alguna manera le estaba cuidando y cubriendo las necesidades que tenía, o al menos, las más básicas. Lo único que no le permitía era escapar de allí ni reunirse con sus familiares y amigos. Vivía una soledad eterna, aunque habían transcurrido tantas noches que había perdido la noción del tiempo y el término eterno quedaba difuso. 

La única opción que la isla le otorgaba para comunicarse era a través de una botella y un papel que aparecía cada mañana a su lado esperando a ser escrito y enviado dentro de aquel recipiente de cristal. Podía comunicarse con casi cualquiera poniendo el remitente en la carta. Una vez la dejaba a la deriva, se sentaba junto a la palmera y la observaba cómo se iba entre las olas. No era hasta el ocaso cuando el oleaje la retornaba a la orilla. A veces sin mensaje, y otras con alguna respuesta. No es que no valorara las veces que tenía contestación, pero anhelaba fervientemente la de aquellos que devolvían la botella vacía. No era que la devolvieran sin más, sino que esos destinatarios ya no vivían en el mundo terrenal y no les era posible escribir un mensaje. Él lo sabía, pero aun así lo intentaba una y otra vez.

El náufrago ya se había resignado a vivir allí, pero seguía sin acostumbrarse a la decepción que le provocaba los mensajes por contestar. De algún modo aquella botella parecía mágica porque parecía viajar por todo el mundo, pero no lograba contactar con aquellos que hacía tiempo se habían alejado de la vida sin vuelta atrás.

Pero en una de esas noches que él sabía que volvería solamente el recipiente, lo cogió con un extraño interés ya que aparentemente era la misma botella de siempre. Se sentó y empezó a examinarla como si fuera la primera vez que la sostenía. No sabía por qué pero la destapó con extremo cuidado y colocó su nariz en la abertura. De ella empezó a emanar un olor familiar. Una colonia. Le evocaba muchos recuerdos felices con la persona que la usaba a menudo: su padre. Se apoyó en la palmera y con ese olor empezó a recordar los momentos que había vivido con él. Por una vez después de tanto tiempo se sentía feliz. Se pasó toda la noche atesorando cada uno de esos momentos hasta quedarse dormido.

Nuestro amigo náufrago despertó en su cama, en su casa. No recordaba nada de aquella isla. Medio dormido se fue arrastrando los pies al comedor para desayunar. En la mesa ya estaba preparado su café con leche y sus tostadas. Tardó unos minutos en darse cuenta que había una botella de zumo vacía. Le era familiar. Al principio tan sólo la observaba de vez en cuando como quien lee una caja de cereales. Luego su interés aumentó ligeramente. Mientras comía una tostada con una mano, cogió la botella con la otra con parsimonia y la hizo rodar. Pero algo rompió esa calma perezosa. Se oía algo en su interior. No se podía ver claramente pues la botella estaba sucia. Así que la destapó y al descubrir lo que había en ella hizo que de repente se acordara de la isla, esa misma botella y los recuerdos que salieron de ella.

Un pin. Un pin de Cobi fotógrafo era la llave de la caja de Pandora. O más bien la botella de Pandora ya que una vez abierta recibió un torrente de esos mismos recuerdos que había vivido en su sueño.

01 octubre 2018

Respiro

Respiro. Es la salida de una larga autopista tras miles de kilómetros sin poder salir de ella. El oasis anhelado después de deambular por un desierto inmenso y tedioso. Después meses de rutina constante, se agradece poder escaparse de esa monotonía y hacer algo distinto. Y una de las maneras son las esperadas vacaciones.

Vacaciones... Estupenda palabra. Pero cuán largo se hace el tiempo desde que las planificas hasta que las realizas. O incluso desde que vuelves de ellas hasta las próximas. Pero es ese precisamente uno de los motivos que hace que las disfrutes y valores más cuando llegan.