05 agosto 2018

Existencia eclipsada

Pocas veces nos damos cuenta lo insignificantes que somos respecto el universo. Cuando decidimos mirar hacia arriba para ver las estrellas, planetas, la luna o fenómenos como los eclipses, no hace falta reflexionar mucho para llegar a esa conclusión. Somos como un grano de arena en un desierto, como una gota de agua en un océano, como un copo de nieve en un glaciar. 

Hace unos días hubo un eclipse de luna y creo que jamás había visto uno entero y con aceptable visibilidad, teniendo en cuenta que lo observaba desde la ciudad y su molesta contaminación lumínica. 

Al llegar la hora de la salida de la luna, aprovechando la orientación de mi ventana que permitía la observación del eclipse, me hice un pequeño observatorio con mi puf, una almohada, el ventilador a mi izquierda y la ventana a la derecha. Desde ahí tan sólo tenía que acomodarme en el puf y mirar hacia arriba. Así que apagué las luces y seguí el fenómeno con relativa comodidad. 

A través de la ventana podía ver una luna tímida y rojiza que la acompañaba desde su lejanía Marte. No se veía nítida. En breves iba a desvanecerse ante las atentas miradas de los curiosos. Mientras desaparecía, iba pensando: "la de gente que estará viendo lo mismo que yo desde distintos lugares; qué de ojos estarán dedicando sus funciones en observar con atención un fenómeno que, desde la óptica astronómica puede no tener gran trascendencia pero que desde nuestra insignificancia existencial es admirable."

Como es un proceso relativamente lento como para estar observando continuamente, desde mi observatorio iba mirando series, aunque compartiendo la atención con el firmamento. Poco a poco, cada vez que miraba por la ventana, me costaba bastante encontrar la luna hasta llegar el punto de tener que intuirla con mucha dificultad. Con Marte como referencia conseguía localizar donde podría estar. Incluso llegaba a dudar si conseguía verla oculta por la sombra, o bien era imaginación mía que conseguía recrearla vagamente.

Durante los minutos de ausencia lunar, seguía contemplando el cielo ignorando por completo las insignifcancias del entorno como la serie que seguía reproduciéndose cuyo sonido parecía provenir de algún lugar remoto, como si alguien a lo lejos la hubiera puesto porque no sentía el mínimo interés por el eclipse. La curiosidad y admiración en el fenómeno cautivó totalmente mi atención.

Poco después, esa especie de trance o estado hipnótico en el que me había sometido fue desapareciendo a medida que un punto blanco lumínico empezaba a crecer desde un lugar del contorno de la superficie lunar. Poco a poco fue siendo más visible hasta volver a verse en su totalidad dando por finalizado el eclipse.

1 comentario:

Aitor Bernal dijo...

La verdad es que sí, somos seres insignificantes si lo comparamos con la infinidad del Universo. Pero también somos seres curiosos, inquietos, y eso a su vez, es lo que nos hace grandes, como el montarse ese observatorio casero!