17 junio 2018

Cielo cubierto de recuerdos

Camino sobre un terreno incierto. Inestable. Inseguro. Da la sensación que en un paso en falso la tierra se desmoronará y el suelo cederá. Ando con la misma seguridad que un funambulista sobre el cable en su primera ejecución. A tientas intento recomponer la seguridad férrea con la que viajaba por la vida cuando mi padre aun estaba aquí con nosotros. 

Ahora que ya no está, hay que hallar de nuevo esa seguridad con la que desde allá donde esté nos la intenta devolver para seguir adelante, pero que nos cuesta percibirla. En esta etapa transitoria en la que debemos asimilar muchas cosas, todo parece irreal, como un mal sueño. No podemos creernos que no volveremos a vernos, a celebrar nada todos juntos, a viajar juntos. No podemos creernos que al llegar a casa sólo podamos verle en una bonita foto con la que nos despedimos por última vez de él.

En el día a día, intento andar con normalidad por ese camino tembloroso. Pero hay veces que al cruzar la puerta de mi piso, en vez de llegar a él, entro en un cuarto vacío. Siento que dejo atrás el bullicio de la ciudad, el estrés y la vida acelerada, para dar paso a un mundo propio que tan sólo existimos mis pensamientos y yo. 

Haciendo uso del oxímoron "silencio ensordecedor", describo como recibo el ambiente de ese cuarto desprovisto de cualquier elemento a excepción de la puerta por la que entro y una ventana. Ventana a través de la cual desde mi ensimismamiento presto especial atención a recuerdos, tanto recientes como remotos en el tiempo. Los veo pasar en aquel mundo propio cual nubes en un cielo azul tiñéndole con motas blancas. Cada una de ellas evocan cada recuerdo, vivencia o experiencia con mi padre. Evidentemente, esos recuerdos siempre puedo acceder a ellos, pero desde ese pequeño mundo vienen envueltos por un halo de tristeza y melancolía que provocan a menudo la lluvia. Pero las gotas en ese mundo no precipitan desde esas nubes sino de mis ojos que aun no logran soportar ver esos recuerdos sin contagiarse de nostalgia. 

Pero viene bien a veces refugiarse en ese solitario mundo y evadirse de las cosas más insignificantes que son presentes en el día a día. Y es en el parpadeo que despide la última lágrima cuando vuelvo al mundo tangible que nos envuelve y compartimos con el resto de mortales, pero que también encuentro a amigos y a la familia, con los cuales también recordamos momentos con él y, de ese modo, le invitamos a quedarse en nuestros corazones para siempre. 

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